Hace unos días leí en un blog (no recuerdo ahora mismo cuál) que Alan Moore, en unas declaraciones de hace un tiempo, había dicho algo así como que el Universo DC era una consciencia que crecía y tenía vida propia. Ya saben ustedes, algo así, muy místico y metafísico, muy de Alan Moore, como nos gusta a nosotros, que leemos esa frase, se nos cae la babilla y pensamos “¡Tienes más razón que un santo Alan!”. Pero claro, no todo son florecillas, y otro le intentaba rebatir argumentando que si el Universo DC tuviera consciencia no habría permitido que Rob Liefeld hubiera dibujado una parte suya. Y ahí también tenemos que pensar “En eso también tiene más razón que un santo”.
Pues sí y no, un poquito de las dos cosas: El Universo DC tiene vida propia, crece, se reproduce, y muere. De hecho ha muerto ya varias veces, pero como antes se había reproducido, pues vivía a través de su retoño. Así podemos diferenciar varios universos DC, aquel primerizo y en pañales desde el que Siegel, Shuster y los esclavos de Kane nos introducían en sus universos de fantasía y acción, mientras que autores más capacitados creaban coloridos derivados que se asociaban para combatir el mal; el pre-crisis (que abarcaba la Edad de Plata, y que no era uno sino varios) en el que los gorilas y las historias espaciales aparecían por doquier; el post-crisis, con el que todos crecimos y llegamos a amar a los personajes, y por supuesto, el último, The New 52... el... eso.
¿Cómo describo yo al último vástago, este The New 52? Bueno... este universo es el más reciente avatar del Universo DC tradicional (si es que existe tal cosa). Y no, no ha surgido de la consciencia mística del Universo tradicional post-crisis, dado que este no se autorregula, no es como los mercados. Este es, y perdónenme si alguien se siente ofendido con la comparación, el hijo retrasado.