lunes, 30 de abril de 2012

Jenette Kahn vuelve... ¡Te queremos!


Hace unos días leí en un blog (no recuerdo ahora mismo cuál) que Alan Moore, en unas declaraciones de hace un tiempo, había dicho algo así como que el Universo DC era una consciencia que crecía y tenía vida propia. Ya saben ustedes, algo así, muy místico y metafísico, muy de Alan Moore, como nos gusta a nosotros, que leemos esa frase, se nos cae la babilla y pensamos “¡Tienes más razón que un santo Alan!”.  Pero claro, no todo son florecillas, y otro le intentaba rebatir argumentando que si el Universo DC tuviera consciencia no habría permitido que Rob Liefeld hubiera dibujado una parte suya. Y ahí también tenemos que pensar “En eso también tiene más razón que un santo”.

Pues sí y no, un poquito de las dos cosas: El Universo DC tiene vida propia, crece, se reproduce, y muere. De hecho ha muerto ya varias veces, pero como antes se había reproducido, pues vivía a través de su retoño. Así podemos diferenciar varios universos DC, aquel primerizo y en pañales desde el que Siegel, Shuster y los esclavos de Kane nos introducían en sus universos de fantasía y acción, mientras que autores más capacitados creaban coloridos derivados que se asociaban para combatir el mal; el pre-crisis (que abarcaba la Edad de Plata, y que no era uno sino varios) en el que los gorilas y las historias espaciales aparecían por doquier; el post-crisis, con el que todos crecimos y llegamos a amar a los personajes, y por supuesto, el último, The New 52... el... eso.

¿Cómo describo yo al último vástago, este The New 52? Bueno... este universo es el más reciente avatar del Universo DC tradicional (si es que existe tal cosa). Y no, no ha surgido de la consciencia mística del Universo tradicional post-crisis, dado que este no se autorregula, no es como los mercados. Este es, y perdónenme si alguien se siente ofendido con la comparación, el hijo retrasado.

domingo, 29 de abril de 2012

Por algo hay que empezar


Cuando estaba en segundo de periodismo una profesora nos soltó una frase en clase, de esas que no se olvidan. Era algo que sabíamos todos cuando nos matriculamos el primer día, y si alguien no lo sabía era un iluso. Nos dijo que no estábamos preparándonos para ser grandes periodistas, sino obreros de la información. Nosotros no íbamos a ponernos delante de una cámara cada día a explicar qué va mal en el mundo, o como algunos pensaban, a cambiarlo. Trabajaríamos ocho horas al día, redactando, copiando, pegando, reescribiendo, revisando, contrastando y puliendo información de y/o para otros. En definitiva, seríamos obreros, no comunicadores. Para eso están los actores, los locutores, los creadores de opinión y toda esa gente mucho mejor preparada, más guapa y con más experiencia que nosotros. Aunque todos mis compañeros, y yo el primero, procurábamos obviarlo, o incluso olvidarlo, esperando ser una de las excepciones que confirmase esa regla.

¿Y sabéis qué? Que es igual con los tebeos. No todos los guionistas son Alan Moore. Los cómics salen todos los meses, todas las semanas, y no todos los escribe tu guionista favorito, no todos son sobre tu personaje favorito. ¿Entonces quién escribe esos cómics? Guionistas obreros.

¿Alguna vez habéis visto el guión de un tebeo? Seguro que os habéis comprado alguna de esas ediciones especiales en tomos enormes de Planeta, y os habéis sentido engañados porque la mitad de las páginas son relleno con extras. Echadle un vistazo a esos extras porque suele haber muestras de guiones.

Un guión de un cómic no es tan sencillo como lo que vengo escribiendo yo para los pocos tebeos que (me) he publicado. Hay muchas cosas que yo no tengo en cuenta. Tienes que saber cuántas acciones entran en cada escena, porque si en una viñeta escribes que el mismo personaje coge la cafetera, echa café y la pone al fuego, son tres acciones distintas que el dibujante es incapaz de representar en el mismo espacio. Tienes que tener en cuenta el número mínimo y máximo de palabras que puedes introducir en un globo de texto sin distorsionar la narración, teniendo en cuenta el número de viñetas, tamaño de página, y por supuesto, estilo del dibujante. Y a la vez tienes que ser capaz de elaborar una historia de manera automática para que funcione y sea inteligible con cualquier dibujante. Y sobre todo, tienes que ser capaz de escribir. Tienes que entrenarte para escribir y escribir todos los días, porque si no, el día que no tengas ideas, vas a ser incapaz. Tienes que conocer al dedillo todas las situaciones de ficción (o reales) básicas, desde el chico conoce a chica hasta la invasión extraterrestre, y tienes que haberlas visto y leído en cómics, novelas, cine, obras de teatro... Tienes que entenderlo todo.

Tienes que ser capaz de escribir 24 páginas en mes, o 48, o 96, o las que sean necesarias. Y para eso hace falta preparación. Hace falta estudiar los cómics que lees, hace falta escribir mucho, y hace falta tener un ritmo de trabajo.
¿CÓMO QUE TENGO QUE ESCRIBIR TODOS LOS DÍAS?

De esas tres cosas, yo hago la primera bastante, la segunda a medias y la tercera nada. Y me hacía llamar guionista...

Así que me tengo que obligar a escribir tebeos y sobre tebeos todos los días. Por eso tengo un blog, por eso tengo este blog. Por eso tengo que escribir. Por eso tenéis que comentar para subirme el ego, animarme a continuar y echarme la bronca si un día fallo. No escribiré todos los días, al menos no aún. Pero voy a intentarlo. Voy a leer, analizar y estudiar tebeos, y otras cosas que crea que pueden ayudarme a desarrollar mejor mis (escasas) capacidades narrativas. Voy a diseccionar y a investigar sobre historias que me interesan, de la forma en que a mi me ayuda hacerlo, y también voy a opinar sobre ello. Y probablemente no sea del agrado de todos, así que nadie está obligado a quedarse. Esta es mi declaración de intenciones.

Sería completamente feliz si algún día pudiera convertir esto en mi oficio. Me sentiría lleno incluso aunque fuera un obrero y no un artista, si fuera un Scott Lobdell (Zeus me perdone) y no un Alan Moore (o mejor dicho un Mark Waid).

Terminaría haciéndolo mal, claro. Pero que no sea por no haberme preparado.